27 días después del fatal desenlace, me siento frente a este blog con la idea de soltar todo lo que llevo dentro, de contar lo que no le he contado a nadie, porque lo necesito, porque es la única manera de despedirme sinceramente de mi hija y todo lo que significó para mi, porque lo justo para ella es que yo deje constancia de toda la historia, detalle a detalle... Para que sirva quizás a otras mujeres, para que me sirva a mi, para que le sirva a ella, allá donde esté. Cuando los detalles ya no sean tan nítidos en mi mente ( no se si llegará ese día) me gustará leer lo pasado y volver a llorar, volver a revivir el dolor que esto ha significado y que mi hija vuelva a sentir que está conmigo,
que siempre estará conmigo.
El 11 de Agosto empezó mi pesadilla. Una amniocentesis y su 1% de posibilidad de aborto me jodió la vida, tenía un 99% a mi favor, pero todo sea dicho, nunca he sido yo de estar en el lado bueno de las cosas, estaba claro que esta vez no tendría tanta suerte. Salí del hospital sabiendo que aquella prueba no se me había hecho de manera correcta, pero con la certeza absoluta de que mi hija estaba sana...que manera más absurda de arriesgarme. 10 días después entraba por la misma puerta para quedarme. En principio una simple infección, seguimos positivos, siento a mi niña, está conmigo y nada puede salir mal. De manera inconsciente tomamos la situación a la ligera, pensando que saldríamos de ella, disfrutando con cada ecografía que me hacían, disfrutando del precioso perfil de mi pequeña. Hasta que llega la ecografía definitiva, esa que nos pone los pies en el suelo...mi niña presenta OLIGOAMNIOS, falta de liquido amniótico por rotura prematura de membranas, además de una infección que apunta a corioamnionitis. Lo peor era que yo conocía perfectamente esas palabras, había leído mil casos en internet, sabía lo que significaban, sabía que me estaba pasando pero nadie me quiso escuchar cuando dije que perdía líquido...o lo mismo ni yo misma quería que me escucharan. El diagnostico era claro y el consejo de los ginecólogos también: interrumpir el embarazo. Por supuesto nos negamos desde el primer momento, el corazón de mi hija seguía latiendo y no sería yo quien decidiera pararlo. Así pasan cuatro largas semanas, de una incertidumbre horrible, miedo cada día al ir a comprobar si ella seguía ahí, un cansancio psíquico que no deseo a nadie, cansada de no escuchar una sola esperanza, cansada de seguir perdiendo liquido a pesar de no moverme de la cama, cansada de pruebas médicas constantes, cansada de un dolor físico inaguantable, cansada de caras de pena.
Cuatro semanas donde no dejé ni un momento de confiar en mi niña, de rogarle que luchara y que se quedara conmigo. Semanas en las que sus patadas me respondían, como si dijeran tranquila, estoy aquí. Su padre y yo hicimos todo, santos, velas, rezar, cosas que jamás entraron en nuestros planes, pero todo por la esperanza de que en unos meses tendríamos una niña, prematura, pero la tendríamos que era lo que importaba. No sirvió de nada...Los milagros no existen y era imposible seguir adelante sin liquido amniótico.
El 31 de agosto, después de una noche llena de contracciones en la que dejé de notar a mi bebé completamente, entro por la puerta la ginecóloga con el ecógrafo como cada día para buscar su latido, y yo sabia que no lo iba a encontrar. La imagen de aquella ecografía no la olvidaré nunca, mi niña que hasta ahora siempre me llenaba de posturitas y de carantoñas, estaba completamente encogida, sin liquido, con la cabeza en una horrible postura que no quiero ni recordar...Lo peor de todo su corazón, allí donde siempre había estado, perfectamente formado pero sin ritmo, sin vida... En ese momento supe que se me había ido, y que parte de mi se iba con ella.
Allí estaba yo,en medio de una inducción de parto, viviendo el que tenía que haber sido el día más feliz de mi vida, controlando respiraciones, aguantando tactos y desgarrándome en cada contracción, sabiendo que cada una de ellas me separaba aún más de mi vida estas últimas 23 semanas( según las medidas). Siendo sincera en algún momento de esos últimos días y en medio de la desesperación había pensado en tirar la toalla, había pedido que por favor si iba a acabar, aquella agonía acabara ya, sin embargo, ese día solo deseaba volver atrás,volver a sentirla una vez más, volver a luchar una y otra vez aunque no sirviera de nada, no quería el final, no tan pronto, no estaba lista...
Después de más de 24 horas de contracciones, a las 6:15 me bajan a paritorio, no lo creo, voy pensando que debe ser una macabra broma, pero por otro lado con ganas de acabar, mi niña fallecida no puede estar en mi tripa eternamente aunque yo quisiera. Un par de minutos después estoy allí, rodeada de matronas y sin mi chico, sin una palabra de aliento que salga de su boca, lo eché de menos pero hoy agradezco que solo yo lleve ese recuerdo. Empiezo a empujar, me lo dicen una y otra vez, no tengo fuerzas, no quiero empujar, pero no me queda otra, ya no hay vuelta atrás. Noto a mi niña, es una sensación que no se puede describir, y que en otras circunstancias seguro sería preciosa. Doy el último pujo con todas mis fuerzas y a las 6:40 veo a mi pequeña dormida. La miro aunque intentan esconderla, veo como cortan el cordón umbilical y se rompe nuestra unión a la vez que mi corazón. Veo que traen un recipiente y deduzco que ahí se la llevan, decido no mirar más. Pregunto y me alivian diciéndome que no ha habido sufrimiento fetal.
En algún momento me he arrepentido de hacer las cosas así, de no haber disfrutado esa primera y última vez con ella, de no haberla cogido en brazos a pesar de lo pequeña que era, de no haber tenido una despedida correcta, pero sencillamente no hubiera podido, no habría podido soltarla nunca más. Seguramente habría sido aún más duro ver su carita y su pecho sin vida, seguramente no estaba preparada para guardar ese recuerdo.
Después de ese momento: un legrado, la vuelta a casa de brazos vacíos, la leche del pecho sin un bebé al que alimentar, sus cosas que jamás serán usadas, un perfil en el espejo que ya no significa nada, ya no hay tripa, no hay vida, no hay NADA. Solo queda un dolor, que nadie que no haya pasado entiende ni entenderá nunca.
Sólo decírte que lo siento mucho... No hay palabras par esos momentos
ResponderEliminarMe quedo sin palabras y sólo puedo mandarte un abrazo fuerte porque lo que tú pasaste no debería pasarlo nadie.
ResponderEliminarUfff, madre mía, ahora sí que lloro leyéndote,ojalá no hubieras tenido que pasar por esto, no puedo imaginar tanto dolor, yo he sufrido dos pérdidas, muchísimo más tempranas, una con legrado, otra sin, y es un dolor que nadie entiende, así que no puedo más que enviarte toda la fuerza del mundo. Un abrazo enorme, compañera.
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